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ISSN 1989-4163

NUMERO 25 - SEPTIEMBRE 2011

Balada del Soldado Rusty Rust

Jesús Zomeño

Para Rusty

 

            Contó cinco dedos en cada mano y no tuvo motivos para quejarse de que no fuesen cuatro o de haber perdido el sexto. Siempre aceptaba las cosas como eran y se mostraba comprensivo con lo que no entendía.

            Cuando Rusty miró al suelo, vio la punta de sus pies. Señalaban al frente. No había equívoco: tenía que seguir adelante. Un paso detrás de otro.
            -Ser feliz –se dijo- no admite marcha atrás.

            Cuando decidió alistarse llegó el primero a la oficina de reclutamiento, golpeó la puerta pero le pidieron que esperase. Lo hizo. Sus amigos pensaban ir después, pero aquella mañana él fue el primero. Hay cosas sencillas que a veces ocurren y que no tienen ningún significado.
Por la tarde se reunieron todos para celebrarlo y, ya bebidos, cantaron la canción de feliz cumpleaños porque tenían diecinueve años y no estarían juntos cuando cumpliesen los veinte.
Se despidió de su amigo Jack, de Bob, el aprendiz de la serrería, de su primo Michael y, por último, acompañó hasta el cruce a  Peter, su mejor amigo. Se dieron la mano y se desearon buena suerte. Nada más porque ninguno se sentía capaz de caer en sentimentalismos.
Después de darse ambos la espalda, Rusty contó diez pasos y giró la cabeza para ver a Peter alejarse, pasar la valla del jardín y subir las escaleras del porche hasta entrar a casa, renqueando a salvo con su pierna ortopédica.
            Por la alameda, de regreso a su granja, comenzó a llover. Rusty se detuvo a orinar pero también le entraron ganas de llorar. Mientras lo hacía, sintió que no era nada, que la lluvia pasaba a través de él sin detenerse.

            Cuando Rusty cogió la sartén por el mango aún era de noche. En la planta de arriba todos simulaban dormir. Un huevo frito, unas lonchas de jamón, pan, un vaso de leche. Lavó el tenedor, su plato y el vaso. Dejó lo suyo en su sitio para que todos supiesen que iba a volver. Después salió de casa sin maleta y vistiendo ropa vieja porque le habían advertido que al llegar al campamento le tirarían lo que llevara. Se marchó con manchas, zurcidos y ojales sin botones.
Al alejarse encendieron a su espalda todas las luces de la casa, pero él nunca lo supo. Otros cuentan que ninguna luz llegó a encenderse.

Cuando entró en el campamento, le apretaban las botas que le dieron pero en previsión de fatigas peores decidió seguir caminando con ellas hasta que el cuero cediese y la suela ensanchase. Se abrió la camisa y sintió que así todo el aire le cabía en el pecho.
-Las personas avanzan porque tienen voluntad y los objetos ceden porque carecen de ella –Se dijo.
Cuando los pies le sangraron, se abrochó la camisa y aceptó las cosas como son.

            Cuando le dieron un arma recordó que su abuelo había luchado en la guerra civil y Rusty cogió el rifle y lo sujetó cruzado en el pecho y adoptó una pose grave y le crecieron los bigotes y el uniforme confederado y el color sepia en la piel y vio a toda la familia en Navidad alrededor de la chimenea, mientras a él le apretaba un poco el marco ovalado del retrato de su abuelo que había colgado en la pared del salón.

            Cuando le ordenaron correr, lo hizo con todas sus fuerzas. Le pidieron que se echara al suelo y a él no le importó el fango. Le ordenaron que no tuviese miedo y entonces se acordó del tío Bob cuando corría con el cinturón en la mano detrás de los niños. El tío Bob gritaba persiguiendo a los niños pero cada vez quedaba más atrás. Eso le hizo sonreír y el sargento, que no conocía al tío Bob, se sintió orgulloso de este recluta capaz de reírse del miedo.

            Cuando al recluta Rusty le ordenaron pelar patatas aprendió a hacerlo recortando la piel en una sola tira.
            -Pide un deseo –le ofrecía a los amigos.
            Todos querían saber si llegarían vivos al final de la guerra y Rusty pelaba la patata que cada uno le llevaba. Después exhibía la monda en una cinta que de principio a fin no había sufrido daño alguno y sonreía como hubiera hecho el genio de la lámpara si alguien le hubiese pedido sólo un vaso de agua.

            Cuando un soldado negro llamado Jimmy le pidió agua de su cantimplora, Rusty la tenía vacía pero estiró el brazo para que comprobase que no mentía y en ese momento comenzó a llover.
Jimmy creía en Dios y en el milagro de los panes y los peces, y supo que había encontrado a un amigo.

            Cuando se colocó una máscara de gas por primera vez se agobió hasta que respiró despacio, muy despacio. Después cerró los ojos. Mas tarde contó su experiencia:
            -Es como estar en un hormiguero cuando los niños aprietan el suelo con el pie, derrumban los túneles  y, enterrado, te abres paso por la tierra  hacia donde recuerdas que estaba la salida.
            El recuerdo de la mascara de gas le fatigaba como si le aplastase en la espalda un enorme grano de trigo. Nunca olvidó la lección de ser una hormiga.
           
            Cuando le pidieron que dibujase un mapa de Europa, dibujó en la pizarra una silueta de mujer. La guerra parecía deseable.
Nadie sabía en ese mapa dónde estaba Francia y dónde Alemania, pero aquella mujer dibujada tenía unos pechos enormes y ellos eran hombres valientes.

Cuando a Rusty le ordenaron disparar, aquel día acertó en la diana. El rancho era potaje de patatas con carne, su plato favorito.  Había mucho pan en la mesa. Se comió además la ración de Peter, que estaba desganado por un dolor de muelas. Tenía la tarde libre. Se acercó a la capilla silbando por el camino y a la vuelta encontró una moneda en el suelo: ¡Cinco centavos! Era un gran día y la buena suerte un trébol de cuatro hojas en su mirada.
Pero como era un hombre temeroso de Dios se acostó temprano por no seguir tentando a la suerte.

            Cuando subió al barco que le llevaba a Francia, Rusty golpeó con los nudillos tres veces el fuselaje del buque y sintió que los peces abrían paso porque los soldados americanos partían para cambiar el mundo.
            El publico gritaba eufórico desde el muelle y ellos saludaban matando enemigos a lo lejos.

            Cuando el regimento inició a primeros de septiembre su marcha a la primera línea de fuego en el Agonne,  Rusty se preguntó por qué salieron al atardecer para ir a las trincheras.

No ha contado nunca lo que encontró, lo que hizo, todo lo que vio.
            Tantos años después aun piensa que fue un sueño, que al anochecer se quedó dormido, que nunca estuvo en la guerra.

 

 

Rusty Rust

 

 

 

 

 

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